En el camino me voy a transformar
07-04-2022 - Jordi Iñesta | @inesta23
En el camino me voy a transformar
En la mirada del otro está mi reflejo, él es el lugar donde yo me encuentro.
Que sólo con distintos puedo ver más lejos.
Y ser más completo.
| Filosofía | Manifiesto 2022 |
La idea de que todos los seres humanos somos esencialmente iguales en dignidad y derechos es relativamente reciente. Y contrario a lo que cabría suponer, aunque a muchos nos parezca una obviedad, ni siquiera es del todo aceptada por todos hoy en día.
La declaración de los derechos humanos fue proclamada apenas en 1948 (¡hace menos de ochenta años!). Es decir: de los varios miles de años acumulados de historia humana, la noción de que todos los humanos somos iguales apenas se empezó a discutir y a aceptar legalmente después de la segunda guerra mundial.
Antes de eso las tribus o civilizaciones veían a quienes no pertenecían a su grupo con recelo, desconfianza y rechazo: enemigos (que querían desaparecerlos), o inferiores a ellos, o distintos en dignidad. La esclavitud era natural y obvia, al igual que la noción de seres de calidad inferior o superior. En una palabra: no éramos capaces de reconocernos unos a otros entre los distintos pueblos que habitábamos la tierra.
Se puede argumentar, con razón, que hoy en día todavía hay grupos sociales, religiones e incluso culturas que se creen superiores o con más derecho que otros. También se puede decir que la servidumbre es una forma de sujeción de las personas (un cierto grado de esclavitud), o que incluso el valor de cada uno está determinado por factores como las capacidades (la educación, el talento, el dinero o los recursos con que cuenta), lo que en la práctica resulta más común de lo que quisiéramos nosotros los idealistas.
Y también hay argumentos y evidencia sobre la realidad de la discriminación clasista (el rechazo implícito o explícito a quienes no crecieron con nuestros mismos valores culturales). Pero incluso los clasistas o los racistas contemporáneos que aún llegan a defender una valoración discriminatoria de las personas, aceptan que todos, por el simple hecho de ser humanos, deben tener garantizados ciertos derechos, así como un piso mínimo de bienestar.
Y frecuentemente olvidamos lo inédito de este consenso, a pesar de todos sus peros y matices.
El camino que trajo de regreso a los discriminadores
A pesar de esa visión optimista, los últimos años han surgido líderes que llegan y se mantienen en el poder con un discurso discriminatorio y que fomenta la división hacia adentro de las sociedades. Que medran provocando odio.
Pero es un error señalarlo y rechazarlo como una regresión sin entender aquello qué provoca que las mayorías los voten y los apoyen. Porque más allá de las mentiras con que se encumbran, en amplios sectores de la sociedad hacen eco sus manifestaciones violentas y discriminatorias.
Y es que esa noción idealizada de que todos somos iguales en dignidad y derechos, nunca ha sido la realidad de los sectores más desfavorecidos de nuestra sociedad, que tras las crisis provocadas por la burbuja financiera de 2008 vieron precarizada su condición a niveles inaceptables, y surgió el temor de verse arrastrados a la miseria -mientras las clases dirigentes daban excusas inaceptables en tono condescendiente para todos aquellos que “no entienden”. Esto generó algo más que malestar: suscitó desesperación y rabia.
Es ese contexto de furia el que encumbró a los nuevos demagogos que atacan a los extranjeros, o a las élites o a los que no son como ellos, y que, más que soluciones, ofrecieron revancha.
Si no queremos volver a la ley de la selva, donde ganaba el más fuerte, es necesario entender al otro, no querer eliminarlo. Convencer, no vencer, que es un principio de la no-violencia.
Porque para convencer, es necesario entender la necesidad del otro, aquello que lo mueve a hacer lo que es (y a ser como es). Y estar dispuesto a cambiar (moderar las posiciones) para un beneficio común, de ambos.
En el diferente me encuentro
Si fuéramos capaces de escucharnos, descubriríamos que no estamos buscando cosas distintas. El otro que me parece distinto, ese que instintivamente rechazo y del que me aparto, tiene también una familia que quiere cuidar, y es movido por las mismas preocupaciones y angustias que tengo yo.
A pesar de todas nuestras diferencias de cultura o de educación, no estamos buscando cosas distintas. Y por eso en realidad no somos enemigos, sino aliados para superar el mal que nos aqueja a ambos: la necesidad, el miedo, las debilidades que como humanos todos tenemos, pero que pueden atemperarse si vamos juntos quienes hoy nos sentimos contrarios.
Si pudiéramos escucharnos, además descubriríamos en cada uno de nosotros esos puntos ciegos que no vemos. Porque nadie es perfecto, y la viga en nuestro ojo sólo puede verla y señalarla el que es ajeno a nuestro círculo.
Por eso el distinto me completa. En una burbuja homogénea no se avanza, en cambio del encuentro de las diferencias surgen cosas nuevas.