No es tan sencillo como lo dicen
18-02-2022 - Jordi Iñesta | @inesta23
No es tan sencillo como lo dicen
No es clasificar quienes son malos y destruir al adversario.
El egoísmo es ya instinto de conservación. Y lo demás, sólo es quién tiene más.
| Filosofía | Manifiesto 2022 |
Pretenden dividir el mundo en dos, nosotros y ellos. Pero no es así de fácil.
Es cierto que las brechas sociales no empezaron ahora ni hace treinta años: tienen mucho tiempo ahí, separándonos. Pero había vasos comunicantes y una noción más o menos generalizada de lo cierto. Y un común deseo de progreso. Sobre todo: la relativa paz conquistada era un valor que ya no se quería poner en juego.
Siempre ha habido hambre y los abusos nunca pararon. No obstante, eran patrimonio común tanto la idea de perseguir al que robaba y engañaba, como la idea de que había que limitar a los poderosos. Afuera de la ficción nadie era intrínsecamente malo. Al menos nadie quería serlo. Y el éxito bien habido era algo deseable para todos. Se apostaba por el futuro de los hijos, es decir: se deseaba que llegaran a ser “personas de bien”, antes que el beneficio inmediato que podría traer su incursión en el crimen. Porque mentir, amenazar, robar, despojar, aplastar o matar, era algo malo.
Algo cambió desde entonces.
¿Cuándo se volvió normal la explosión de rencores, y el encono salvaje, y el odio gratuito? ¿Cuándo avasallar y humillar al otro, tal como se hace en las redes sociales a diario, se volvió algo digno de celebrar? ¿Por qué ya es común la indolencia general? ¿Por qué hay quien festeja la crueldad?
Sí, siempre ha habido sociópatas y condiciones mentales. También mercenarios que atacan a cambio de un ingreso para sobrevivir. Pero hacía mucho que el deseo de eliminar al otro (o hacerlo salir del espacio público) no se veía como algo bueno.
Sólo en los fanatismos se despojaba al adversario de la dignidad de persona o ciudadano o pueblo. El resto de la sociedad no aceptaba una versión tan blanco y negro.
El resentimiento no es gratuito
Nuestra civilización no es inocente. En el siglo XX las ideologías políticas justificaban matar por un supuesto "bien común". Ciertas izquierdas postulaban una dictadura de los trabajadores (que eran políticos disfrazados con su discurso) por la que era válido matar a cualquiera que se señalara como adversario: empresarios, policías… hasta compañeros juzgados como traidores a veces sólo por dudar. Y del otro lado, el miedo al comunismo justificó guerras sucias, intervenciones soterradas, matanzas y desapariciones. Son experiencias más o menos cercanas, pues le tocó a padres y abuelos de muchos.
No obstante, poco a poco se fue comprendiendo que el enemigo no era el otro, sino la desigualdad, y el hambre, y la necesidad de un desarrollo sostenible. Pero en nombre de esa cruzada, el resultado tampoco fue inocente: se mantuvieron (y reprodujeron) estructuras injustas haciendo más valiosos a unos sobre otros, y en nombre del desarrollo se justificó la depredación de ecosistemas y formas de vida. Se calificó qué era atraso y se discriminó a tantos que quedaron cada vez más al margen en un sistema incapaz de igualar oportunidades. Sobre todo: los técnicos fueron indolentes ante esas vidas descartables.
Y la reacción nos devolvió al estado anterior, donde las ideologías políticas explican todo y pretenden cambiar las cosas sin nunca lograrlo, y en su fracaso culpando a “los enemigos del pueblo” y despojándolos de toda legitimidad. “Son hipócritas”, dicen, “son traidores cuya única finalidad es explotar a los demás”. Y muchos adheridos a ese credo de caricatura, comparten odio y encono contra los nuevos malditos.
El reflejo del espejo
Empecemos por decir que el resentimiento nunca ha sido buen consejero.
Y que en la historia es frecuente que quien gana reproduce lo que antes criticaba, pero con nuevas justificaciones con las que se explica a sí mismo su gran contradicción.
La realidad es que el mundo es complejo, y que las razones de una acción nunca son tan simples como dicen quienes las descalifican. Por eso terminan reproduciéndolas, aunque sean incapaces de aceptarlo y asumir que se habían equivocado y que no era tan sencillo como creían.
Porque no podemos volver a equivocarnos: en esta discusión, no es un asunto de quién o no tiene la razón. Todos estamos convencidos de lo que creemos. No nos asumimos desorientados. El otro, como tú, cree que tiene todo claro.
¿Puedes verlo? La arrogancia nunca ha sido un camino para que los demás entiendan lo que quieres decir. El dolor y la necesidad y el miedo no se alivian con razones estadísticas ni pontificaciones morales o científicas.
Es necesario llegar al fondo: aceptar primero que el otro tiene también una razón. Si eres incapaz de verla, quizá es porque las brechas tienen demasiado tiempo ahí… toda nuestra vida. Esos abismos, de tanto tiempo, nos han separado no sólo en accesos a beneficios y derechos, sino en expectativas y formas de ver y entender de vida. Hoy somos muchas realidades radicalmente distintas coexistiendo en el mismo territorio. Y no podemos entendernos: hablamos lenguas (y existencias) diferentes, aunque las expresemos en el mismo idioma.
¿Puedes verlo? Lo que ves en ese otro es un reflejo de ti mismo. ¿Qué tal que sus reacciones son consecuencia de cómo le haces sentir, tan amenazado por ti como tú te sientes amenazado por él?
¿Puedes verlo? El problema no sólo es hambre, es también de dignidad pisoteada, o que hoy se siente amenazada.
Tenemos que saberlo: Tanto los tecnócratas como los que se dicen de izquierda, y los que no se reconocen en ninguna tendencia y los empresarios y los sindicalizados y los que marchan en las calles y los que tienen miedo de manifestarse… todos queremos el bien de los nuestros, y la posibilidad de progresar en condiciones menos adversas. De principio, nadie quiere destruir a nadie, ese es un cuento que narran algunos pocos para crecer la polarización, en su perseguir o mantener el poder. Pero en realidad amigos y enemigos no somos tan distintos.
Si somos capaces de reconocernos igualmente necesitados, entonces quizá entendamos que no tenemos que pelear. Y con suerte, quizá seamos capaces de ayudarnos.